EL MANIFIESTO DE TAETRO

En el Día Mundial del Teatro

Foto de Paco López
Abrigamos a Antonio García Gutiérrez -la política cultural lo tiene siempre helado-, nos terminamos las pastas de la comedia y la tragedia, nos bebimos el chocolate, brindamos por la larga vida dramática y escuchamos los manifiestos del gran día. El de TAETRO, por obra del maestro y teatrero Pepe Raya
va dirigido al gran público. 

Me gustaría decir que el teatro es magia; que las palabras que manan de la imaginación y los sentimientos más profundos de las persona, cobran vida gracias a la habilidad interpretativa de los actores. El amor y el desamor, la tristeza y la alegría, la pasión, la amistad, la decepción,…, todos son sentimientos puros que se extienden a través del público como aceite derramado.

Me gustaría decir que nuestro teatro ha dejado de vivir bajo la dictadura exclusiva de la palabra... Los límites del teatro deben ser todo aquello que puede ocurrir en escena, independientemente del texto escrito, pero, un teatro, íntimamente ligado al texto está limitado. Reconocemos que en la dramaturgia que abarca de los trágicos griegos a Shakespeare y de Calderón a Brecht, nuestro teatro lega al mundo una herencia invaluable. Pero no nos postramos ante ello, ya que el culto desmedido al imperio del texto minimiza la física escénica y paraliza la expresión corporal transformando la palabra y la escritura en mera retórica hueca y carente de vitalidad.


Me gustaría decir que el teatro es la voz del pueblo, la expresión de sus inquietudes, sus anhelos, sus vicios, sus…, pero como dijo una vez mi amigo Eu, (menos mal que fue en un escenario)”la patria es la lengua que se habla pero… ¿Y quién sea mudo? Aquí no hay nadie, por más que me parezca que puede haber alguien mirándome, observando mis movimientos, no veo nada”.

Me gustaría decir que para algunos, el teatro es una bolsa de éter, un texto con palabras ayunas de realidad, palabras pomposas y vacuas que deben ser tachadas para que emerja la savia vital en ellas desdeñada. Celebran que hay, por supuesto, dramaturgos y poetas excepcionales que tratan de devolverle a la palabra su misterio y su tensión. Pero aún así, denuncian la brecha que se abre entre la escritura y la vida, y que los dramaturgos han perdido de vista lo que está ahí, ante nuestros ojos, cerca, muy cerca y en espera de ser escuchado, acogido y celebrado. Sin embargo, también consienten en que no hay nada que pueda revelar las pasiones ocultas mejor que el teatro.

Me gustaría decir que la grandeza del teatro estriba quizás en eso, en que los actores saben realmente cuál es su papel en la obra e intentan cumplirlo a la perfección. Cosa ésta que no ocurre en la vida real donde las personas buscan, durante toda su vida, el papel que les ha tocado interpretar y muchas, quizás demasiadas, no lo encuentran nunca. ¿Será entonces éste el camino para que el público, la razón de ser de una obra teatral, se sienta atraído de nuevo hasta la butaca con la misma intensidad que al tresillo?

Me gustaría decir tantas cosas,…, pero, no nos equivoquemos. El público, el gran público, no va al teatro, a ese teatro que todos los presentes conocemos. Ese público que, en una ciudad con cerca de cien mil habitantes, permanece ajeno a todo el esfuerzo, nervios, ilusión y horas robadas que supone el representar una obra.

Tampoco nos equivoquemos en buscar la respuesta en la crisis económica, los recortes, la desidia institucional, la ausencia de profesionalidad, la falta de información, de estímulo, de difusión… Bien sabemos que no es verdad. Los dramaturgos, los actores, las instituciones cumplen en mayor o menor medida con su parte en esta historia. Hoy, aquí, donde estamos, en una ciudad, repito, de casi cien mil personas, el gran público no va al teatro porque no quiere, ni aún en tiempos de crisis, donde los reyes siempre han sido los hijos de la farándula. Prefiere, hay que admitirlo, la caja tonta que, como ya os habéis percatado, no es tan tonta. Un ejemplo: el libro más leído hace poco, muy poco tiempo, fue el diario de la princesa del pueblo.

Por lo tanto es al gran público a quien va dirigido este manifiesto. Es a él a quien ¿pido?, ¿ruego?, ¿imploro?, que no nos abandone porque nunca debemos olvidar que el teatro es un espejo donde hay que mirarse de vez en cuando.

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